1. Génesis

El escenario donde todo empezó es en una farmacia en la ciudad de Cuzco en el año 1954. Aida, la joven que atendía no era fan del estudio y acababa de regresar de Lima, luego de abandonar la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad Católica. Por esa razón y su obvio desprecio por la tabla periódica de los elementos, sacó el boleto ganador para el puesto de atención al público en la farmacia de su familia. Una tarde mientras atendía, entró César. Un joven soldadito limeño con mal de altura. Y fue así que la química que no tuvo con el estudio, Aida la logró en el amor.

Un año después, y luego de que César rompiera su compromiso con Mili (su prometida que hasta el modelo de vestido de novia tenía elegido), se casó con Aida y de recuerdo de luna de miel se trajeron a María Augusta Nieto Varela. La criatura aún no había abierto los ojos y Tany, la hermana de César, lamentó que la hayan bautizado como María Augusta. Entonces decidió que jamás la llamarían por ese nombre horrendo y la rebautizó como Marigú. Para entender la cruzada de Tany es importante saber que se llamaba María Antonieta (y lo detestaba). 


Marigú fue el primogénito (que no fue) más esperado por César. La rabia que sintió cuando leyó ese telegrama donde le confirmaron que era una niña fue tanta que lo arrojó al piso y no le habló a Aida por un mes. Luego de eso, se refugió en la esperanza de que el próximo sería varón, pero el karma existe y se lo recordó dándole dos hijas más.


Marigú tenía tanta energía que tenían que amarrarla a su silla para que se cansara tratando de liberarse (método que no pasó el filtro Montessori). En su prontuario figura un carnaval en el que mojó a una novia al tirarle un balde lleno de agua desde un balcón. Superado por el episodio en el que su mamá descubrió que desayunaba dos veces; una en su casa y otra en el nido donde ofrecían leche con canela para criaturas de bajos recursos (de esto no se arrepiente hasta la fecha). Como cereza del helado, está el robo a la maestra del nido que le confiaba su cartera por ser una niña bien, bien tragona porque le sacaba monedas para comprarse dulces que su madre encontró encanutados en el mandil del jardín y la denunció al día siguiente. 


Cuando la familia necesitaba un descanso, mandaban a Marigú a Rumira (hacienda de sus abuelos del lado materno). Admiraba tanto a su abuela mientras la veía cabalgar, dar órdenes en quechua, coser las heridas de los peones y encargarse de todo (menos de su esposo alcohólico). Así como su abuela, Rumira no duraría para siempre porque en 1969 la hacienda fue expropiada durante la reforma agraria de Juan Velasco Alvarado (pero eso es otra historia). 


Los días en Cuzco, rodeada por su familia materna, estaban por terminar. César fue transferido a Lima y Marigú empezaría su vida en capital. Su ilusión más grande era conocer el mar. 


Spoiler alert: cuando la llevaron a la playa por primera vez en su vida, la criatura se sacó la ropa y fue corriendo a darse un chapuzón. Su abuela casi adelanta su funeral tratando de contener su brío.









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