13. Ropa


La ropa empezó como una necesidad del Homo Sapiens para poder protegerse del frío con las pieles de los animales que cazaban. Es sorprendente ver el impacto de la evolución en guardarropas como el de Marigú, donde podemos encontrar más de treinta camisas blancas. Todas iguales, pero absolutamente diferentes (Miranda Priestly te lo explicaría mejor y con la dosis justa de indignación).

 

A diferencia de los primeros humanos, el impulso de Marigú por cubrir su cuerpo no nace de una necesidad sino de un deseo. Ella sabe que solo necesita una camisa blanca y que las otras veintinueve son deseos generados por su tablero de Pinterest y publicidades en Instagram.

 

El despertar del monstruo fashionista sucedió entre sus 40 y 45 años, cuando una vecina le recomendó la boutique de su amiga que vendía ropa de Estados Unidos. Lucía, la dueña de la tienda, miró de arriba a abajo a su nueva clienta sin sentido de la moda y tomó como un reto personal donar su falda a alguna novicia, y animarla a usar vestidos por arriba de la rodilla.

 

Desde entonces, Marigú se dedicó a coleccionar herramientas para fortalecer su estilo. Estudió asesoría de imagen, tomó cursos de maquillaje profesional y aprendió sobre el arte de la colorimetría. Todas estas herramientas, no solo la ayudaron a exaltar su estilo personal, sino que le dieron la autoridad para decir a propios y extraños: ese color te mata. No es tu color.  Y solo cambiará de tema cuando la persona en cuestión le asegure que la prenda será donada o tirada en el vertedero de ropa del desierto de Atacama.

 

La red de apoyo textil de Marigú se compone por influencers de moda, vendedoras, tintorería y, el eslabón más fuerte, la costurera. Cada prenda de su armario se encuentra intervenida para que le calce a la perfección. De su última costurera no se puede hablar, la acusó de perder un pantalón . Y luego de una discusión donde no paraba de repetir: tiene que aparecer, se dio cuenta que el pantalón en cuestión estaba en su ropero. Se disculpó y fue al día siguiente para que le arregle un blazer, pero la costurera mantuvo su dignidad y se negó a atenderla. Así fue cómo Marigú perdió el privilegio de los arreglos en menos de 30 minutos y volvió a la cooperativa de costureras donde pensó que jamás regresaría y donde se sabe que tocas a una y tocas a todas. Y así, aprendió por las malas que no hay que hacer enojar a mujeres con tijeras afiladas. 


    Cuenta la leyenda que tenía este conjunto en 3 colores


El despertar fashionista

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